Chalatenango, una tierra mágica (1996)

«Chalatenango, tierra bendecida…». Así comienza la letra del Himno de Chalatenango, compuesto por Pancho Lara, quien de seguro se habrá recreado en la belleza de ese pueblo y en lo amigable de su gente.

Chalatenango en 1997

Chalate, como comúnmente le llaman sus pobladores para acortar el nombre y quizá por cariño, es una ciudad que encierra leyendas de seres omnipotentes, insuperables y fantásticos, que son transmitidas en forma oral de generación en generación.

Así tenemos las leyendas de la Siguanaba, el Cipitío, la carreta chillona, el Justo Juez y otras. De igual forma tiene la llave de una rica tradición cultural que ha sobrevivido a las adversidades de la época.

Hablar de esta ciudad es hablar también de «los cheles», de paisajes naturales, de ríos, de montañas, de cielos despejados, de calles empedradas… de la paz. Y no podemos obviar todo esto porque constituye su más preciado tesoro, su riqueza cultural. Hay una leyenda que tal vez esté quedando en el olvido, pero que muchos viejos saben contarla con ademanes.

Al escribir sobre este lugar no puede pasar inadvertida porque también forma parte de cultura la historia del «partideño», o más conocido como el «sombrerón»: Por sus caminos anda un hombre descalzo, muy alto y que viste un gran sombrero. Habita en la cueva del Shuntrún, donde tiene muchos animales como gallinas, chompipes, ganado y otros de corral. No acostumbra hablar con nadie y es poco amistoso.

En su mano lleva un pequeño pedazo de lazo, que de seguro le sirve para arriar los animales. A su paso el ganado, como hipnotizado, lo sigue hasta los montes. Suele viajar por otros países vecinos llevando las reses para vender; a su regreso trae de nuevo más ganado que vende en Chalatenango, es por ello que tiene mucho dinero, que saca a asolear en cueros de animales.

Dejó de aparecerse por las veredas y se cree que está encarcelado y engrillado en uno de los países donde tenía cuentas pendientes por sus múltiples robos de ganado… (Fuente: Datos Etnográficos del Departamento de Chalatenango).

Entre esos lugares de fantasías recorrimos un largo camino (largo, debido al mal estado). A pesar de estas dificultades uno no puede quejarse de visitar los poblados, que ofrecen además la amabilidad de su gente. A cualquier parte que uno se dirija encuentra sonrisas y el ofrecimiento de la gente que facilita el trabajo.

Otra de las características de los chalatecos es que gran parte de ellos son «cheles» o de piel blanca. Los cabellos rubios y los ojos claros o zarcos se mezclan con otros rasgos indígenas, formando un contraste de tonos.

La historia se remonta a épocas de la explotación del añil. En 1791, el barón de Carardalet, gobernador general del Reino de Guatemala, envió un buen contingente de personas blancas a la región norte del país -actualmente Chalatenango-, la cual estaba despoblada en gran parte.

Estas familias españolas evitaron mezclarse con los nativos que eran ocupados para el cultivo del jiquilite, planta de la cual extraían el añil. Los allegados tuvieron que aprender a sobrevivir del cultivo de la tierra y hasta ahora el pueblo chalateco es eminentemente agriculor.

Sus descendientes integran un reducto de personas con cualidades físicas del tipo europeo. Fácilmente se distinguen de los de la región de oriente, que fue poblada por esclavos negros que al mezclarse con los indígenas produjo cierto tipo mestizo moreno, muy propio del departamento de San Miguel y otras poblaciones de esa parte del país.

Una tierra de familias 

Con esta actitud colonizadora (la de mantener la raza) se produjo otro fenómeno que perdura hasta nuestros días y es la proliferación de familias con apellidos comunes. Así tenemos entre los más conocidos Menjívar, Serrano, Guardado, Alvarenga, Guillén, López, Rivas, Martínez, Gómez y Hernández, entre otras.

Estas familias se asentaron en lugares específicos donde crearon sus propias dinastías, formando así los famosos caseríos y cantones diseminados en la tierra chalateca. Es común mencionar un linaje para dar referencia para llegar a un lugar. Por ejemplo escuchamos decir «el río Sumpul pasa por donde los Alvarenga».

Generalmente estos personajes eran económicamente poderosos y tenían tierras en grandes extensiones e influencias con las autoridades locales y el gobierno de turno. Al morir el patriarca, daba en herencia sus tierras entre su abundante prole, que algunas veces sobrepasaban los quince hijos. De esta manera, lo que era un solo terreno quedaba dividido en varias partes y tomaban forma los caseríos.

Las distancias entre los poblados son de varios minutos a pie. Para llegar donde «Los Guillén», por ejemplo, nos perdimos entre subidas, bajadas y vueltas. Este se encuentra en jurisdicción de San Isidro Labrador.

El primer paso que seguimos para dar con el lugar fue ubicarlo en el mapa. Salimos de San Salvador rumbo a la ciudad de Chalatenango, para tomar el camino a Guarjila, que dejamos para tomar el desvío del cerro Tepeyac. Al fin, luego de varios minutos de cansado viaje, llegamos a San Isidro Labrador, un pueblo que luce bastante solitario.

Por las dimensiones de la iglesia del pueblo y sus calles, uno concluye que en un tiempo fue un próspero lugar. Actualmente el templo está destruido en su totalidad, si bien aún guarda vestigios de haber sido una joya arquitectónica de la colonia.

El alcalde tiene su sede en la ciudad de Chalatenango y, según dicen pobladores, en su período sólo ha llegado «unas cuatro ocasiones». Carecen de luz eléctrica y de servicios médicos. A pesar de todo esto, las personas son amables e incluso hasta se puede observar que se alegran por la llegada de extraños.

Es a esa población a la que pertenece el caserío de «Los Guillén», a dos horas de camino a pie por entre veredas y ríos. Quizá sean solamente tres casas las que lo constituyen.

Tierra de profesores 

A varios kilómetros de allí se encuentra San Francisco Lempa, que desde su fundación ha dado grandes hombres para la educación. Por sus calles han caminado insignes maestros, entre quienes sobresalen los Alas, pertenecientes a una larga familia dedicada a la enseñanza.

Se radicaron en el barrio que lleva su mismo apellido. Hallamos al profesor Rutilio Arnoldo Alas Jacobo, quien a sus 87 años recuerda muy bien fechas importantes que tienen que ver con su poblado y la nación. Explica que al igual que su padre (quien lo fue a la vez igual que su padre) se dedicó a la docencia. Autodidacto, se formó tal como «los profesores de antes».

Su esposa es doña Lucía Erminda Alas de Alas, por lo que sus hijos llevan el mismo apellido repetido, pero dice él que antes de casarse no tenían ningún parentesco, sino que ella era «de otros Alas».

La labor que desarrolló su abuelo, don Mártir, fue reconocida por el presidente de aquel entonces, doctor Alfonso Quiñónez Molina, quien le obsequió una casa al elegirlo entre todos los maestros del país como el más representativo de los valores magisteriales. Bien dice el adagio que «de tal palo, tal astilla». Una de las hijas de don Rutilio es maestra y continúa con la tradición Alas.

Haciendo un recorrido por la zona, otrora destacada por las haciendas que se dedicaban a la comercialización del añil, encontramos los caseríos Los Zepedas y Los Menjóvar, que al igual que los demás tienen en común el haber sido habitados desde antaño por parientes entre sí.

Tejutla y Los Martínez 

Continuando con el recorrido, encontramos a muchos kilómetros de allí la ciudad de Tejutla que en náhuatl significa «lugar caliente», y con razón, pues su clima es caluroso. Igual que los demás lugares visitados, a pocas cuadras del centro está un caserío que lleva como nombre el apellido más repetido. En este caso es el de los Martínez.

El pueblo de Tejutla es muy católico y celebra cada diciembre las fiestas patronales dedicadas a Santo Tomás Apóstol. Cuenta la historia que la imagen fue encontrada en el hueco de un árbol en una montaña de los alrededores y que se la llevaban hacia varios lugares; sin embargo, el patrono se regresaba a la ciudad, lo que fue interpretado como que a él le gustaba estar con esa gente.

Refieren los pobladores que hace dos años hicieron un último intento por cambiarlo de lugar y que cuatro hombres no fueron suficientes para levantarlo. Desde entonces nadie se ha atrevido a moverlo.

El viaje que emprendimos hacia Tejutla fue para dar el caserío de Los Martínez, y al llegar nos sorprendimos al conocer que allí también están Los Alvarado, Los Pérez y Los Hernández, lugares que durante más de un siglo han sido habitados por personas con mismos apellidos.

En otros tiempos quienes llegaron a poblar Chalatenango se casaban entre familiares para tratar de mantener su linaje europeo, pero las cosas fueron cambiando y el sentimiento ha triunfado sobre la etnia.

Sus personajes finalmente se mezclaron, aunque siguen guardando los rasgos «cheles» y nos dejan en herencia decenas de caseríos que por nombre ¡tienen apellidos!

* Fragmento de un artículo publicado en El Diario de Hoy, en noviembre de 1996.



3 comentarios sobre “Chalatenango, una tierra mágica (1996)

  • el 09/11/2015 a las 12:47 AM
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    Excelente articulo! Mi papa Domingo Obdulio Castillo Alas nacio y crecio en San Francisco Lempa en 1915 y tubo muchos hermanos Feliciano, Marco Antonio, Neftalí, Elio y varias hermanas Tina, Irma, Mercedes. Casi todos fueron profesores y dos hermanas fueron madres religiosas.
    Sus padres fueron Feliciano Castillo y Alicia Alas Zelaya de El Tablón.
    Quiera saber si alguien sabe los apellidos de las 19 familias originales que llegaron de Galicia España en 1791 y que los trajo el Baron de Caronleret?
    Queremos y apreciamos mucho a la ciudad de Chalatenango, La Laguna, San Francisco Lempa y la Montañona.

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    • el 17/05/2021 a las 9:15 PM
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      Muy buen articulo. Quisiera saber mas sobre las familias Calderon y Alvarenga, mis antepasados

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  • el 16/03/2015 a las 8:00 PM
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    muy bonito articulo acerca de Chalatenango, especialmente de San Francisco Lempa… soy decendiente de los Alas y los Menjivar. Si tuve tios que fueron profesores.
    muchas gracias por la informacion.

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